Tudor abre su propia fábrica de movimientos

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Tudor se embarca en un nuevo capítulo de su historia. La marca ha establecido su propia fábrica de movimientos en Le Locle, una ciudad suiza conocida por su tradición relojera. El edificio en sí es una maravilla de la ingeniería, con un sistema avanzado de purificación de aire que elimina cualquier partícula de polvo y más de 400 paneles solares que suministran la energía necesaria.

Nada es más significativo para las marcas de relojes que inaugurar una nueva «casa» y demostrar que han alcanzado la madurez. Tudor ha aprovechado la ocasión de Watches & Wonders para mostrar a un grupo de periodistas que ha alcanzado la categoría de una marca «adulta». Han tardado casi un siglo en lograrlo, por lo que están muy contentos de haberlo conseguido.

Esta larga espera tiene su explicación. Tudor ha dependido durante muchos años del respaldo de su hermano mayor, Rolex. Esta alianza privilegiada ha permitido a la pequeña firma, fundada por Hans Wilsdorf en 1926, disfrutar de los mejores recursos técnicos de la industria relojera suiza. Sin embargo, Tudor ha dejado de ser simplemente la segunda marca de Rolex hace mucho tiempo. Ha logrado destacarse mediante una estrategia inteligente y exitosa que ha posicionado sus referencias entre las favoritas del público y los expertos en relojes. Modelos como el Black Bay, Pelagos y Ranger se han ganado una reputación por su atractivo diseño y una excelente relación calidad-precio.

Además, Tudor se ha permitido tomar riesgos creativos que serían impensables para Rolex, y ha logrado establecer su propia tendencia. De hecho, Tudor fue una de las primeras marcas en apostar por reducir el tamaño de las cajas de sus relojes, como se vio en el Black Bay 54 (2018) con sus 39 milímetros de diámetro. Esto, junto con una buena estrategia de imagen, explica en gran medida el éxito de la marca.

Aunque la sede histórica de Tudor siempre ha estado en Ginebra, han decidido establecer su manufactura en Le Locle. Esta elección se debe a la tradición relojera y a la ubicación estratégica de la ciudad. Con apenas 10.000 habitantes, Le Locle es el corazón de la industria relojera, junto con su vecina La Chaux-de-Fonds. La región es un importante centro industrial que alberga marcas como Tissot, Zenith y Ulysse Nardin, además de una red de proveedores clave. Por su peculiar estructura urbana fue merecedor de su declaración como Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco en 2009.

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